24/09/201902/02/2020
Calder-Picasso
Alexander Calder y Pablo Picasso —dos de las figuras más influyentes en el arte del siglo XX— desarrollaron formas totalmente nuevas de percibir los grandes temas. El diálogo entre ambos artistas ofrece infinidad de posibilidades y una conexión clave entre ellos puede encontrarse específicamente en la exploración del vacío, o ausencia de espacio, que ambos artistas abordaron en sus obras, partiendo de la figura y llegando hasta la abstracción.
Tanto Picasso como Calder nacieron a finales del siglo XIX y sus respectivos padres eran artistas de formación clásica. Ambos dejaron sus países de origen y se marcharon a trabajar a Francia, donde se reinventaron constantemente, destruyendo sus propios precedentes y los de otros artistas, y renovando el arte de su tiempo, así como nuestra manera de percibirlo. Si bien hay ciertos paralelismos y sinergias en el trabajo de estos dos iconos de la modernidad, nunca llegaron a compartir sus ideas artísticas, más allá de un interés compartido en entretenimientos populares como el circo.
Sus encuentros personales fueron también escasos. Se conocieron en 1931, cuando Calder presentó su primera exposición de esculturas no objetivas en la Galerie Percier de París; Picasso llegó antes de la inauguración para presentarse a Calder y dedicar algún tiempo a contemplar sus nuevas y radicales obras. Sus caminos se cruzaron de nuevo en julio de 1937, en el Pabellón de España en la Exposición Internacional de París, donde la Mercury Fountain de Calder se instaló frente al Guernica de Picasso. Calder fue el único artista no español incluido en este pabellón, gracias a su amistad con el arquitecto del mismo, Josep Lluís Sert. Tanto Pablo Picasso como Alexander Calder se convirtieron en celebridades y referentes de su generación: el Museum of Modern Art de Nueva York ofreció una retrospectiva de Picasso en 1940, y una de Calder en 1943. Sus obras también fueron expuestas en la Bienal de São Paulo en 1953, y ambos artistas realizaron obras por encargo de la UNESCO en 1958.
El vacío y el no-espacio
Calder y Picasso querían presentar o representar el no-espacio, ya fuera definiendo una sustracción de volumen, como en la escultura de Calder, o expresando contorsiones del tiempo, como en los retratos de Picasso. Calder exteriorizó el vacío a través de la curiosidad y la amplitud intelectual, involucrando fuerzas invisibles en modos que desafían las limitaciones dimensionales, o lo que él llamó «grandeur-immense». Picasso personalizó la exploración centrándose en el yo interior emocional, adentrándose en cada personaje y anulando el espacio interpersonal entre autor y sujeto.
Calder fue un artista prolífico que desafió el espacio euclidiano convencional y fue más allá de las tres dimensiones clásicas de altura, anchura y profundidad explorando la cuarta dimensión del tiempo. Sus esculturas figurativas de alambre —definidas por la crítica en 1929 como «dibujos en el espacio»— delinean volúmenes transparentes, que quedan replicados en las sombras que proyectan sobre la pared. Las composiciones de sus móviles no objetivos son infinitamente variables, activadas por los caprichos de la naturaleza, desdibujando las fronteras entre pintura, escultura y coreografía y dinamizando el espacio de maneras impredecibles. A través de la fuerza en el plano de sus monumentales esculturas estáticas, Calder redefinió la relación tradicional entre volumen y vacío.
Para el incansable Picasso, el vacío se expresaba como una necesidad creativa, nacida de su conciencia de la mortalidad. En sus dibujos, pinturas y esculturas, nos encontramos con el mismo principio que consiste en crear figuras añadiendo formas orgánicas, así como una forma inesperada de manejar el volumen dentro de los límites del lienzo. A medida que Picasso simplificaba o purificaba la solidez de una figura, accedía a la verdad del modelo.
La exposición
“Picasso llegó, muy temprano, a mi exposición en Percier, y nos presentaron.”